El reciente enfrentamiento entre Altos Hornos Zapla y Sportivo Pocitos, disputado sin público en el estadio Emilio Fabrizzi de la ciudad de Palpalá, no fue simplemente un partido de fútbol.

 A pesar de la victoria del conjunto jujeño por 2 a 1, el resultado no alcanzó para revertir la serie y avanzar en la competición. Sin embargo, el verdadero análisis trasciende lo deportivo y nos invita a reflexionar sobre las dinámicas estructurales que subyacen al fútbol argentino, particularmente en sus ligas regionales.

Este encuentro se erige como una alegoría de las desigualdades sistémicas, las prácticas arbitrarias y las tensiones sociopolíticas que atraviesan el deporte nacional. El marco del partido estuvo signado por una decisión oficial que prohibió la presencia de público en las tribunas.

Sin embargo, esta medida no logró silenciar las expresiones populares.

Afuera del estadio, el estruendo de bombos, trompetas y trombones recreó una atmósfera festiva y combativa que evocó al candombe rioplatense, un símbolo cultural de resistencia y pertenencia en el Cono Sur. Este contexto demostró que el fútbol, especialmente en las comunidades del interior, trasciende su carácter deportivo para convertirse en un espacio de construcción identitaria y resiliencia cultural.

Desde una perspectiva sociológica, el fútbol actúa como un catalizador de significados colectivos. En ciudades como Palpalá, donde las crisis económicas y sociales afectan profundamente a las comunidades, los equipos locales representan algo más que una alineación en el campo de juego: simbolizan esperanza, orgullo y cohesión. Así, la decisión de disputar el partido a puertas cerradas no solo privó al equipo de su hinchada, sino que cercenó un espacio esencial de expresión y catarsis para el pueblo.

En ausencia de público, los medios de comunicación, particularmente la radio, adquirieron un rol protagónico como vehículos de representación emocional y denuncia social. Como plantea Jesús Martín-Barbero en su teoría de las mediaciones culturales, los medios no solo narran los eventos, sino que los resignifican dentro del tejido cultural. La transmisión radial de este encuentro, cargada de relatos sobre las polémicas arbitrales y las desigualdades estructurales, amplificó la percepción de injusticia y consolidó la sensación de vulnerabilidad entre los oyentes.

En este sentido, la radio no fue meramente un canal informativo, sino una plataforma simbólica de resistencia. El relato construyó un espacio discursivo donde las tensiones entre el centro y la periferia, entre los poderosos y los marginados, quedaron expuestas con una claridad cruda y desgarradora.

Desde los primeros compases del partido, el arbitraje se presentó como un factor controvertido. Un tiro libre dudoso a los cinco minutos permitió a Sportivo Pocitos adelantarse en el marcador, generando un desequilibrio inicial que condicionó el resto del juego. A pesar del gol tempranero de Enzo Serrano que renovó las esperanzas de Zapla, la tendencia del arbitraje hacia decisiones polémicas —como la adición injustificada de ocho minutos en el primer tiempo y la omisión de un penal claro a favor del equipo local en la segunda mitad— puso de manifiesto las profundas asimetrías que persisten en el sistema futbolístico.

Estas decisiones arbitrales no son meros errores humanos; configuran un mensaje implícito sobre las jerarquías que estructuran al fútbol argentino. El arbitraje, lejos de actuar como un mediador neutral, opera como un dispositivo que refuerza las dinámicas de exclusión de los equipos del interior frente a los grandes clubes metropolitanos, respaldados por el poder político y económico de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).

El caso de Altos Hornos Zapla no es un hecho aislado. Es el síntoma de un problema estructural que atraviesa al fútbol argentino en su conjunto. La representación limitada de los equipos del interior en los órganos decisorios del Consejo Federal y la AFA perpetúa un sistema de privilegios que concentra recursos, visibilidad y oportunidades en los grandes clubes metropolitanos. Este desequilibrio afecta no solo el desarrollo deportivo, sino también la legitimidad del deporte como herramienta de cohesión social.

La corrupción institucional, definida como el uso del fútbol para intereses ajenos a su esencia deportiva, constituye una de las principales amenazas a la sostenibilidad del deporte. No solo erosiona la confianza en las instituciones, sino que también desnaturaliza el fútbol como un espacio de integración y pertenencia. En este contexto, las prácticas corruptas no solo perjudican a los clubes, sino que socavan los vínculos simbólicos que el deporte establece con sus comunidades.

El caso de Zapla evidencia la necesidad urgente de una transformación profunda en las estructuras del fútbol argentino. Democratizar el acceso a los recursos, garantizar una representación equitativa de las regiones y erradicar las prácticas corruptas son pasos ineludibles para restituir la justicia y la equidad en el sistema. Desde el campo académico, es imprescindible problematizar estos fenómenos y contribuir a la construcción de un discurso crítico que visibilice las tensiones y contradicciones del sistema.

El fútbol tiene el potencial de convertirse en un espacio de resistencia y transformación social. Sin embargo, esto requiere un compromiso ético y político que priorice el bien común por sobre los intereses particulares.

Como sociedad, estamos llamados a cuestionar las lógicas de exclusión que perpetúan la desigualdad y a trabajar colectivamente por un fútbol que recupere su esencia de pasión, identidad y esperanza.

Lo que pasó en el estadio Emilio Fabrizzi no es un error ni un hecho aislado: ¡es una mafia organizada! Acá no hay fallos arbitrales ni mala suerte, hay una estructura podrida que juega siempre para los mismos. Mientras en el interior luchamos con canchas que parecen potreros, árbitros que vienen con “manual de instrucciones” y dirigentes que se hacen los giles, en los escritorios del poder se cagan de risa de nosotros. ¿Hasta cuándo vamos a ser los giles del sistema?

El fútbol del interior no está muriendo: lo están matando. Y lo peor es que lo hacen a plena luz del día, con el guiño cómplice de los que deberían defender la pelota y no el billete. Cada vez que un árbitro cobra un penal fantasma, cada vez que un equipo del interior es perjudicado, nos están mandando un mensaje claro: “Acá mandamos nosotros, y ustedes no cuentan para nada”. ¿Hasta cuándo vamos a aguantar?

Esto no se soluciona con pañitos tibios ni discursos vacíos. Acá hay que señalar con nombre y apellido a los responsables. Porque mientras ellos llenan los bolsillos y acomodan a sus amigos, el verdadero fútbol, el de la pasión, el de los pibes que sueñan con salir de la villa o el barrio, se muere. Y si seguimos callados, si seguimos aguantando, somos cómplices de esta vergüenza.

El fútbol argentino está en manos de corruptos que ven en el deporte una caja registradora, no un patrimonio cultural. Si no nos plantamos ahora, si no exigimos un cambio de raíz, van a terminar llevándose todo: la esperanza, los sueños y la identidad que construimos en cada cancha del país.

Basta de robarle al fútbol. Basta de cagarse en los clubes del interior. El futuro del deporte no se negocia. Es ahora o nunca. ¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos mirando o salimos a defender lo que es nuestro?

Por: Nicolás Casas

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