Por Alejandro Carrizo
En memoria de Víctor Hugo (Piquito) Safarov, estudiante jujeño detenido-desaparecido (1976). Y a su madre, Sofía Safarov, que lo esperaba todas los días sentada a toda hora en un banquito en la vereda. (Los restos de Piquito fueron encontrados en el Pozo de Vargas, Tucumán, en 2016)
Había lapachos y tarcos,
había margaritas, geranios en los tarritos,
begonias y jazmines, y tanto
tanto cariño en ese patio…
Había pasado Dios en aquellas tardes
de mangos y azahares… había pasado Dios
por esa calle larga…
Ese amor… tanto amor, producía deseos,
sueños y curiosidades,
ganas de cambiar el mundo, un mundo
lleno de hermanos, de manos;
un mundo como esas plantas, sencillas,
en los tarritos en las paredes… Tanto amor…
Y Víctor partió una tarde de mangos y azahares.
Víctor… como victoria… como patria…
Se fue a hacer el mundo
para él y sus hermanos. Tanta injusticia, tanto dolor
lo doblegaban…
Creyó que era posible… Sabía que era posible… Amaba…
Pero tanto amor, a veces, es demasiado
para los chacales…
Y Víctor no volvió más… desapareció en el aire.
Y doña Sofía, como buena madre, se sentó en la vereda
a esperarlo,
con sus plantas en los tarritos, con su mirada larga.
Y la calle se hizo más larga. Día y noche doña Sofía
miraba y miraba.
Y también se fue yendo Dios… y aquel olor a mango.
Pero ella igual tejía todas las tardes, bordaba sueños,
como buena madre.
Y en silencio, lentamente, su mirada se fue apagando.
El ingenio siguió ahí, sangrando humo y soledades.
Con la complicidad de los tarcos y el viento, un día,
se fue a buscarlo por una calle larga, muy larga.
Yo la vi… Vestía un batón azul
con todas las flores de la tarde
y un pañuelo blanco… y un pañuelo blanco…