El 14 de noviembre de 1813, en Ayohuma, comenzó a perderse definitivamente el Alto Perú, la actual República de Bolivia, un territorio en disputa que hasta 1810 formó parte del virreinato del Río de la Plata.
A las autoridades porteñas les urgía recuperar el control que se había perdido en 1811 tras la batalla de Huaqui y con ese fin se despachó una nueva expedición. Tras la derrota sufrida en Salta en febrero de 1813, el ejército realista se había replegado. El Directorio, entusiasmado por esa segunda victoria consecutiva —la primera habido sido en Tucumán— azuzaba epistolarmente a Manuel Belgrano para que pasara cuanto antes a la ofensiva.
Sin embargo, el jefe patriota manejaba sus propios tiempos para proseguir la campaña. A principios de mayo de 1813, el Ejército del Norte ocupó Potosí y Belgrano instaló el cuartel general en aquella villa, a la vera del codiciado cerro de la plata. Su cautela no era en vano: sabía que aún estaba fresco el recuerdo del paso de Juan José Castelli y de las crueldades cometidas por los enviados de la Primera Junta, y necesitaba recuperar la confianza de los lugareños, de quienes esperaba colaboración en aquella guerra.
El 1 de octubre de aquel año, en Vilcapugio, el ejército belgraniano enfrentó a los realistas al mando de Joaquín de la Pezuela y la derrota fue completa. El saldo fue de varios centenares de muertos y la pérdida de casi todo el armamento, a más de un millar de heridos. Luego de ese traspié, el campamento patriota se instaló en Macha, donde se intensificó la actividad para reagrupar las tropas y aprontar la fuerza para ir por la revancha, en tanto que el grueso del ejército realista se posicionó en Condo, un sitio cercano. Pezuela no creía que los vencidos estuvieran en condiciones de volver a presentar batalla en el corto plazo, ignorando que se preparaban con ese propósito.
Belgrano despachó oficios a los gobernadores de la región para que remitiesen hombres, armas, municiones, caballos y pertrechos de toda clase, a la vez que se ocupaba personalmente de insuflar ánimo para retemplar el alicaído espíritu de las tropas. Alentado por el ritmo de los aprestos que alimentaban su confianza en revertir la derrota, plasmó su optimismo en la carta que dirigió al gobierno el 21 de octubre: “las Provincias Unidas del Río de la Plata serán libres, y las restantes del continente se le unirán afirmando con sus sacrificios y esfuerzos la libertad e independencia que el cielo mismo ha puesto en nuestras manos”.
La población local apoyaba, sobre todo los pueblos originarios que aportaron víveres, ganado, cabalgaduras, forrajes y bálsamo para los enfermos. En recompensa, el general expidió un bando distribuyendo tierras entre los indígenas perjudicados por la guerra, incrementando su prestigio en aquella comarca. El 23 de octubre, entonado por el giro que tomaban los acontecimientos, anoticiaba al Directorio acerca del nuevo estado de opinión que, según él, imperaba en el Alto Perú.
El ejército realista, mientras tanto, escaso de provisiones y caballos, seguía inmovilizado en las alturas y rodeado de poblaciones hostiles. Sin embargo, en prevención de un segundo combate, se desplazó a los altos de Toquiri, a cuyos pies se extendía la pampa de Ayohuma. Entretanto, en Macha, en el seno de la oficialidad del ejército patriota las opiniones estaban divididas. Algunos preferían replegarse a Potosí en lugar de presentar batalla, en tanto que otros apoyaban la postura de Belgrano; hasta que, luego de escucharlos, este puso fin al contrapunto: “Yo respondo a la nación con mi cabeza del éxito en la batalla”.
Alrededor de 3.500 soldados partieron hacia la pampa de Ayohuma, donde se adoptaron las posiciones a la espera del ataque del enemigo, que finalmente se produjo en la madrugada del 14 de noviembre. Pese al empeño patriota, las acciones se inclinaron a favor de los atacantes, provistos de una artillería superior, hasta que, en derrota, hubo que abandonar precipitadamente el campo de batalla. No alcanzaron para evitarla el sacrificio de los soldados que se batieron hasta el final, ni la valentía de mujeres heroicas que peleaban junto a ellos como María Remedios del Valle o las que asistieron piadosamente a los heridos, a quienes la historia rescataría como “las niñas de Ayouhuma” (imagen).
La retirada ulterior fue amarga y dolorosa, acarreando heridos y dejando atrás armamentos y vituallas. Apenas pudieron salvarse los pabellones patrios que, para que no cayeran en manos de los vencedores como trofeos de guerra, fueron entregados al párroco de una capilla de Titiri, quien los puso a buen recaudo. Las dos banderas, ocultas tras un cuadro, fueron halladas en 1885.
Tras el repliegue del ejército de línea, la guerra de guerrillas en el Alto Perú quedaría a cargo de Juana Azurduy y de su compañero, Manuel Ascencio Padilla, quienes, en medio de la adversidad y el desamparo, siguieron liderando la resistencia en su tierra. Pero esa es otra historia…