La guerra encontró desprevenido a Israel. Un sábado de Shabat más de 1.000 terroristas bajo la bandera de Hamas ingresaron a los poblados cercanos a la frontera con Gaza, tomaron las calles más tranquilas y silenciosas y las convirtieron en una tormenta de miedo.
Hoy, tres semanas después, aún se puede sentir el peso del aire en combinación con la sangre seca derramada en el suelo. El polvo de los cuerpos incinerados dejan huellas en las paredes. En estos pacíficos barrios no quedó nadie con vida y los que sobrevivieron, no se sabe dónde están.
Todavía se pueden ver cuerpos de terroristas que fallaron el intento de ingresar a Israel
Algunos objetos permanecen inmaculados, como guardando un secreto que miles de periodistas no alcanzan a contar en sus crónicas.
Unos lentes permanecen en el último lugar en que su dueño los dejó
La sangre que se escapa de la bolsa mortuoria de un terrorista
Lo que quedó de unas de las casas destruidas en el Kibutz de Kfar Aza
El cuerpo de un terrorista yace sin vida en el Kibutz de Kfar Aza
Rápidamente el ejército Israelí expulsó a los invasores tomando el control del territorio, pero no así de la vida de 240 rehenes de 40 países del mundo que están desaparecidos y de los cuales aún no se sabe su condición de vida.
Soldados vigilan la entrada que fue violada. A pocos kilómetros se puede ver la franja de Gaza
Soldados Israelíes acumulan artillería
Numerosos controles en las rutas de Israel
Mientras tanto, las visitas a los Kibutz continuaron. Las escenas se repitieron en los barrios de Be’eri, Nir Oz y Kfar Aza. A esta altura, solo están custodiados por soldados.
Un soldado permanece de pié contemplando la destrucción
Los restos de sangre de las victimas del Kibutz de Nir Oz
Las marcas de las manos en las paredes incineradas de un hogar