Cuando asume un nuevo gobierno, luego de las elecciones generales, la imagen más común y las más difundida es la de multitudes que aclaman al nuevo mandatario .Entre nosotros las imagen más icónica es de la multitud que vitoreaba el 10 de diciembre al electo Presidente Raúl Alfonsín. Ello es muy lógico, ya que la democracia implica como condición necesaria que los gobernantes surjan de la voluntad popular libremente expresada. Por eso es que este ritual de llegada es claramente una comprobación de la vigencia democrática. Ahora bien, hay un momento, que para mí es tan o más importante, que este. Es el momento de la despedida. Allí se pone de manifiesto la salud del sistema democrático. Un gobernante en ejercicio, debe entregar los atributos fórmales del mando a otro, muchas veces de signo político distinto al propio. En los Estados Unidos ese ritual esta cuidadosamente estructurado para el momento de la asunción de un nuevo presidente.

Días antes de la jura del nuevo mandatario, este visita como nuevo inquilino al que reside en la Casa Blanca y el día de la asunción presidencial, desayunan juntos ambos inquilinos, el saliente y el entrante. Todo está destinado a marcar la transitoriedad de los mandatos. Los que habitan la casa de gobierno y la residencia Presidencial, son ocupantes transitorios, no propietarios de las mismas. En algunas circunstancias, ocurre lo contrario a lo antes reseñado. Quiero referirme a tres situaciones en especial, Estados Unidos, en la asunción del Presidente Biden, Brasil en la asunción del Presidente Lula y Argentina en la asunción del Presidente Macri. En la primera, como todos recordamos, al terminar el escrutinio electoral, el Presidente Trump, desconoció los resultados, hablo de fraude e impulso o sugirió la necesidad de no permitir la asunción del nuevo mandatario. Un escalada verbal y fáctica llevo las cosas al extremo, de que las turbas de partidarios del presidente saliente, asaltaran el simbólico recinto del Capitolio. En la ceremonia de asunción del Presidente Biden ,el ex Presidente Trump, fue el notorio gran ausente. El ritual de la despedida, no se había cumplido. El derrotado Presidente Bolsonaro, volvió con el tema del fraude y no estuvo presente o mejor, estuvo notoriamente ausente en la asunción del Presidente Lula. De nuevo los tumultos auspiciados o tolerados por el saliente ensombrecieron la llegada del nuevo Presidente. Argentina 2015,es el tercer escenario donde se repiten los anteriores, la derrotado Presidente Fernández ,se niega a la entrega de los atributos formales del poder al electo presidente Macri y a través de una serie de artilugios la ceremonia tradicional, no pudo realizarse ,la inquilina derrotada, abandonaba la residencia con gestos de propietaria disgustada.

El ritual de despedida es tal vez la prueba más importante de salud democrática, pues los actores políticos entienden y demuestran que el ejercicio del poder es siempre transitorio. La mayoría que legitima la ascensión del gobernante, nunca es permanente y no está adscripta a ningún signo político. La mayoría de hoy en democracia siempre es la minoría del mañana y viceversa. El pueblo soberano expresa periódicamente su voluntad, aprobando o rechazando gestiones. Esa voluntad es cambiante y por ello vuelvo a la figura del inquilino y el propietario. Cuando una persona o un grupo político se sienten propietarios de la voluntad popular, no podrán entender la lógica democrática. Más allá de que hablen de pueblo y de mayorías, esos falsos propietarios son el germen de la autocracia.

Esta transitoriedad, típica de la democracia, me lleva a una reflexión acerca del tiempo. Todas las autocracias padecen de lo que llamo cronofagia, es decir un hambre de tiempo. Este es un verdadero desorden alimenticio, que consiste en la necesidad creciente del alimento tiempo. Magistralmente el venezolano Arturo Uslar Petri en su novela Oficio de Difuntos, nos coloca frente al General Presidente Pelaez ,que en realidad es la descripción del General Gómez, que gobernó durante treinta años su país, El personaje ficcional y el real, vivieron prolongado hasta la muerte su función de gobernante .Esta búsqueda de eternidad es la obsesión de toda autocracia. Dicen que en la antigua Roma, cuando entraban triunfantes los generales victoriosos, era costumbre que uno o varios esclavos corrieran al lado del vencedor y le gritaran con fuerza “recuerda que no eres Dios”. También se dice que en la antigua tradición en la solemne ceremonia de coronación del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, un anciano sacerdote quemaba un manojo de paja y decía “recuerda Padre Santo, que así es de transitoria la gloria del mundo”.

Por eso el tema de la reelección presidencial, cobra tanta importancia para la vigencia efectiva del sistema democrático. Nuestra constitución histórica de 1853 -60, estableció la prohibición de la reelección inmediata. Estaba muy cercana la experiencia de la larga autocracia de Juan Manuel de Rosas. Se interrumpió este precedente en la Constitución de 1949, que permitió la reelección de Perón y que preparo la tercera reelección, impedida por el golpe militar de 1955.La reforma de 1994, cambio la regla de juego y siguiendo el modelo norteamericano puso un periodo de cuatro años con la posibilidad de una reelección.

Hasta hoy esta es la normativa vigente, pero debemos recordar que siempre estuvo presente el intento rereleccionario, ocurrió al final de la segunda presidencia de Carlos Menen y volvió a introducirse una variante dinástica que permitió, multiplicar el tiempo, sin alterar formalmente la regla. Fue a través de la sucesión conyugal, de Néstor Kirchner a Cristina Fernández, estando prevista la vuelta del primero, para ocupar dos periodos sucesivos, la muerte interrumpió ese proyecto y el matrimonio presidencial, dispuso solo de tres periodos. No es extraño en este contexto, que una diputada nacional, al aproximarse el fin del segundo mandato de Cristina Fernández, proclamara a viva voz en el Parlamente el grito de “Cristina eterna”. Obviamente que la Constitución impedía un tercer mandato, pero claramente se planteaba la necesidad de tiempo y más tiempo. La cronofagia, constitutiva del germen autocrático, que llevo a Hugo Chávez, a buscar tiempo y más tiempo, reformando la Constitución que el mismo sanciono y frente a la enfermedad terminal que padecía en sus ultimo tramos de gobernante, le llevo a pedir suplicante a Dios, más tiempo para terminar con la Revolución bolivariana .Esa necesidad obsesiva de tiempo y el sentido de que el gobernante es propietario y no inquilino, son los dos indicadores más claros de la vocación autocrática. Una pequeña anécdota permite ilustrar claramente lo que vengo sosteniendo. Se cuenta que a la muerte de Hugo Chávez, sus hijas insistían en seguir viviendo en La Casona, que es la residencia presidencial. Y frente al reclamo de Maduro, con absoluta convicción las hijas de Chávez, le respondieron” como nos vamos a ir, si esta es la casa de papa”. Todo esto nos indica la falta de despedida. No me voy, continuo y continuo, hasta que la muerte me lo mande. Para finalizar vuelvo al comienzo, cuando el rito de la despedida, no se cumple, la democracia está amenazada. Esta solo se mantiene con gobernantes transitorios que saben que el poder es del pueblo soberano y no bien privado de un hombre, una familia o un grupo. Por eso imagino que en cada asunción de un nuevo gobierno, debiera recordarse aquello que se proclamaba al desfilar victorioso de los generales romanos, cuando regresaban de campaña, “recuerda que no eres Dios”-

Ricardo del Barco

Agosto del 2023

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